Los desafíos del cambio climático
Francisco San Martin Baldwin *
Colaborador – Diario El Tiempo
El cambio climático representa el mayor desafío de la humanidad para la sobrevivencia de los seres vivos del planeta. Nuevas investigaciones no dejan duda que el cambio climático es consecuencia del quehacer humano (informe Stern). El modo de vida de la sociedad industrial con alto uso de energías contaminantes (emisión de gases de efecto invernadero) produce un constante aumento de la temperatura del planeta. Un aumento mayor a dos grados generará efectos incontrolables y catastróficos sobre el planeta: 40% de las especies naturales en peligro, sequías que afectarán la seguridad alimenticia de millones, inundaciones por deshielos, desaparición de bosques etc. Tendencias actuales evidencian un aumento de la velocidad en las transformaciones climáticas y, por tanto, serias restricciones en el tiempo a nuestra disposición para poner en marcha urgentes reformas (Dirk Messner, Director del Instituto Alemán de desarrollo). Esto quiere decir que la cantidad de carbono que podemos emitir en el futuro inmediato es cada vez menor. El cambio se ha acelerado de un modo hasta hace poco impensable.
En este contexto ya no es posible seguir actuando como hasta ahora. La transformación hacia una sociedad de bajas emisiones exige cambiar patrones políticos, económicos, sociales y alcanzar acuerdos de largo alcance con resultados medibles y verificables. Aunque los países desarrollados y los países en desarrollo aún debaten en torno a responsabilidades y estrategias políticas, es cada vez más clara la urgencia de un acuerdo global que incluya tanto la mitigación como la adaptación, integrando el cambio climático con los desafíos del desarrollo. Los países deben incluir por eso las políticas de adaptación al cambio climático en sus estrategias de desarrollo e implementación. Éste es el tema central de la conferencia de Copenhaguen en diciembre próximo.
La política está llamada a actuar. De modo similar a las rápidas medidas de los países para enfrentar la crisis financiera, el cambio climático exige una reacción inmediata. Mejor aún será integrar ambas políticas ya que es posible aprovechar los recursos financieros orientados a la crisis para mitigar y adaptarse al cambio climático. El sustento es simple. Una crisis financiera puede pasar, el cambio climático no. Un reciente informe (Towards a global green recovery, Stern/Postdam) invita a percibir la crisis financiera internacional como una oportunidad para la transformación económica y social, invirtiendo por ejemplo en tecnologías limpias, infraestructura, investigación, desarrollo de capacidades y prepararnos así para la gran transformación.
La transformación de la sociedad implica orientarla hacia tecnologías y procesos de producción y gerencia limpios no contaminantes que al mismo tiempo aumenten la eficiencia en el uso de los recursos. Aquí existen enormes opciones para el sector privado a fin de invertir en energías renovables (solar, eólica, hidráulica), aumentar la eficiencia en el transporte (vehículos de bajo consumo), la construcción (diseño de espacios verdes, uso de materiales amigables con el medio ambiente, reciclaje) la industria, agricultura etc. Un eje central consistirá en diversificar la economía de modo que no sea fácilmente vulnerable. Esto también plantea un serio desafío a las políticas de competitividad que tradicionalmente han recomendado la especialización y el crecimiento sin límites.
La buena noticia es que las tecnologías limpias existen, los nuevos acuerdos globales del cambio climático van a facilitar además los recursos financieros necesarios para su transferencia e implementación en países en desarrollo. El desafío consiste en la implementación. Dada la urgencia y la velocidad de decisión a causa del poco tiempo disponible es urgente modificar los procesos de toma de decisión tradicionalmente lentos y pesados en la política, para actuar inmediatamente. Lo mismo vale naturalmente para el sector privado y los hábitos de consumo. La nueva sociedad debe orientarse al bienestar y superar el crecimiento económico absoluto que ha sido la religión destructiva que nos ha llevado a un afán inagotable de consumo. Somos víctimas de una especie de pensamiento único dominante que afirma categóricamente que sólo vale la pena el crecimiento infinito. Así como se han gerenciado los bancos, las empresas y los estados no se podrá sobrevivir. En los últimos 30 años se ha multiplicado el dinero por 40 veces, en cambio la producción sólo por 4. Esto quiere decir que hemos vivido más allá de nuestras posibilidades. Necesitamos volver a las raíces de nuestras vidas para aumentar nuestra calidad de vida. El dinero es necesario para cubrir nuestras necesidades, superar la pobreza, pero es erróneo pensar que más dinero es igual a más felicidad. ¿Acaso comprar un auto nuevo es superior a aprender un idioma o tocar un instrumento musical? Mucha gente piensa que sí, pero como al final no alcanzan nunca las cosas para hacernos felices, queremos siempre algo más que jamás alcanzaremos. No todo se puede medir en función al crecimiento, al mercado y al PBI: la cultura, la educación, la música, la convivencia, los espacios de vida. Una ciudad es eso, un espacio de vida en el que la gente se encuentra, se siente bien, se comunica. Una ciudad debe ofrecer espacios públicos, no sólo supermercados y malls o casas sin áreas verdes. La búsqueda de calidad de vida no siempre implica upgrading (el ultimo celular, mp3), sino también downgrading (slowfood, gastronomía de calidad, áreas verdes para caminar, trabajo decente).
El desafío del Perú consiste en construir una visión de país que incluya como sustento de desarrollo su milenaria cultura, la biodiversidad, la agricultura sostenible, los bosques amazónicos. Todo esto puede ser una enorme fuente de inspiración y creatividad para movilizar energías y diseñar un futuro que asegure una vida digna, de calidad y sostenible para todos.
* Desde Bonn, Instituto Alemán de Desarrollo
Visítanos en www.eltiempo.pe