Mientras el calor pre-electoral hace que los políticos lancen piropos o insultos a rivales o busquen alianzas entre partidos, deberíamos reflexionar un poco sobre adónde va nuestro país. El bicentenario de la independencia será en menos de doce años, que pasarán muy rápido y nos encontrarán el 28 de julio de 2021 preguntándonos qué cosa hicimos para vivir en un país mejor.

La idea de la planificación económica está bastante desacreditada hoy porque está asociada históricamente con bochornosos desastres económicos, sobre todo en el finado imperio Soviético. Pero hay cosas buenas de la planificación que hay que rescatar, sobre todo si se logra inculcar a la opinión pública la idea de que hay que cumplir grandes metas si queremos progresar.

Empecemos por la gran meta: vivir en un Perú en el cual ya no haya miseria y pobreza. ¿Es lograble esta meta en 12 años? Deberíamos como mínimo apuntar a reducir el índice de pobreza de 36% hoy a no más de 10% (Chile llegó a 12% antes de la crisis, el mismo porcentaje de pobres que en Estados Unidos, aunque -¡ojo!- todas estas cifras son estimaciones relativas, nó cifras absolutas). Eso significa en términos aritméticos rudimentarios que el índice de pobreza baje dos puntos porcentuales en promedio por año a partir de este año. Pienso que es algo factible aunque la mejora muy probablemente sea más fácil al principio que al final de la carrera. Ya lo hemos hecho: de 54% en 2001 a 36% hoy, en ocho años, aunque habíamos llegado a 42% en 1997 pero retrocedimos con la recesión 1998-2000.

La condición sine qua non para lograr este objetivo es que la economía crezca a un promedio de 7% anual. Por supuesto habrá años no tan buenos y otros mejores pero 7% parece bastante factible a la luz de lo que ha pasado en la India, sin hablar del acelerado crecimiento de la China. Para alcanzar 7% de manera sostenida, necesitamos varios ingredientes fundamentales: mucho más esfuerzo educativo, llevar la inversión en infraestructura pública y privada a por lo menos 8 a 9% del Producto Bruto Interno (hoy 5 a 6%), y desarrollar un sistema de gobierno más profesional y transparente y mucho menos burocrático.

Hay otras metas específicas, la mayoría relacionadas entre ellas:

- Eliminar la desnutrición infantil y reducir la mortalidad infantil de 22 por 1.000 nacidos vivos hoy a 7, el nivel que alcanzó Chile. - Hacer que la electrificación en provincias fuera de Lima y de las grandes ciudades alcance 100%, contra menos de 60% hoy. - Cobertura de agua potable las 24 horas en la casa para por lo menos 90% de la población y tratamiento de todos los desagües, la mayoría de los cuales hoy van directamente a los ríos y al mar.

Todo esto cuesta. Por ejemplo la meta en agua tiene un costo de inversión de probablemente unos $10 mil millones: sin embargo, si lo dividimos en diez años resulta más manejable, alrededor de 0,5 a 0,7% del Producto anual, menos lo que se logre concesionar.

Dos observaciones finales. Primero, lo que se invierte en educación e infraestructura genera crecimiento –más trabajo, más producción- y así crea parte de su financiación. Segundo, es fundamental que la fuerza laboral del Perú se formalice para que la mayoría de los trabajadores tengan seguro y acceso a una pensión de jubilación, en vez de menos de 35% hoy.

Eso no es fácil, pero se puede progresar incentivando fiscalmente a las empresas para que contraten trabajadores formales y sustituyendo gradualmente el costoso sistema de indemnizaciones y CTS por un seguro de desempleo. La formalización generaría ingentes recursos fiscales y pensionales que financiarían el esfuerzo nacional en educación y infraestructura. Se generaría un círculo virtuoso de generación de riqueza y de trabajo en vez del círculo vicioso de retraso y de pobreza.